Un 17 de Febrero de 1994, Fructuoso Álvarez Gonzaléz se metía en la historia como uno de los criminales más sádicos y oscuros de nuestro país. Esa madrugada, incendió la casa de su socio José Bagnato, asesinando así a cinco personas: al propio José, a su esposa Alicia, a sus hijos Fernando y Alejandro, y a un amigo de este último, que esa noche se había quedado a dormir en en la casa. Matías, el hijo mayor, fue el único sobreviviente.
José Bagnato era un típico empresario de la clase media argentina: era dueño de la fábrica de zapatillas “Rainbow”, lo cual le permitía (sin grandes lujos) tener un buen pasar económico. Sin embargo, a mediados de los 90, la apertura de las importaciones comenzó a traerle dificultades de competitividad, por lo cual había decidido cerrar las puertas de su principal fuente de ingresos.
En ese contexto aparece Fructuoso Álvarez González, un hombre de origen español, que estaba casado con una prima de Alicia y era un habitué de las reuniones familiares: “¿Estás loco negro? ¿Cómo vas a cerrar? Quedate tranquilo, el lunes hablamos”, dijo al escuchar la situación, mientras festejaban la comunión de uno de los hermanos.
Fructuoso Álvarez González, el asesino, en una de las ocasiones en las que fue recapturado.
Foto: Infobae
Parecía un sueño. A José le había llegado una solución mágica: “A `Cacho´ (Fructuoso) me lo mandó Dios”, le dijo a su mujer ese mismo lunes, después de juntarse a charlar con él. Esta especie de “primo político” había puesto una suma de dinero, que iba a ser devuelto por Bagnato en el futuro. Todo esto con el objetivo de que la fábrica siga funcionando normalmente.
La cosa se complicó cuando González empezó a exigir un monto de dinero muy superior al que había aportado. Le reclamaba 180.000 dólares a la familia, mientras que desde ese lado sostenían que el monto a pagar eran 40.000. Ahí comenzaron las discusiones por teléfono, los insultos y las extensas llamadas sin llegar a un acuerdo.
La casa de los Bagnato, escenario de la masacre, por fuera.
Foto: Perfil.
Una tarde, Álvarez González llamó Norma, la suegra de José y abuela de los niños, con el objetivo de “solucionar la situación”. Norma trabajaba como contadora en una empresa de colchones, por lo cuál era una entendida en el tema, además de que estaba al tanto de los balances de la empresa. Cuando llegó a la casa del futuro homicida, este quiso obligarla a firmar un poder que lo beneficiaba plenamente, enviando a la familia prácticamente a la bancarrota.
Cuando Norma se negó, ocurrió un inesperado episodio, que más tarde sería un antecedente para probar la clase de psicópata que era Álvarez González: el hombre comenzó a golpearla, a arrancarle mechones de pelo, a realizar diferentes vejaciones sexuales, e incluso a introducirle cocaína en su nariz de manera no consentida. Luego de ese aterrador episodio, Norma no pudo seguir viviendo sola, y se mudó con la familia. Las amenazas continuaron, aumentaron, y posteriormente, se cumplieron.
Ahí es cuando comenzó a actuar “el monstruo”: llamaba todos los días, noches y madrugadas a la casa de los Bagnato, y cuando los que atendían eran los niños, hacía una voz distorsionada que causaba terror en ellos: “Uy, se murieron, están todos quemados”, decía. La familia denunciaba lo sucedido ante la policía una y otra vez, pero la respuesta era siempre la misma: “Estas cosas siempre terminan en nada, perro que ladra no muerde”.
José (42), Alicia (40), Fernando (14), Alejandro (9) y Nicolás (11), las víctimas.
Foto: Infobae.
El 16 de febrero de febrero de 1994, Alicia convenció a su madre de hacer un viaje a Mar del Plata con amigas, para despejarse y olvidarse temporalmente de lo que había vivido. Ese mismo día, Alejandro, el hijo menor, invitó a su amiguito Nico a jugar y pasar la tarde. Cuando llegó la hora en que debían buscarlo, la madre de Nicolás avisó que se había atrasado en el trabajo. Ante esta situación, la familia le ofreció que el niño se quede a dormir en la casa, en la misma cama que había desocupado la “abuela Norma” al irse de viaje. Cosas del destino.
Esa noche, Matías se puso a escuchar música en su cama y se quedó dormido. Unas horas después, cuando ya transcurría la madrugada del día 17, Matías se despertó sintiendo un calor indescriptible, entre medio del humo y las llamas. Ese mismo año, había hecho un curso de Comisario de Abordo en el cual, entre otras cosas, había aprendido qué hacer en caso de un incendio. Gracias a esa técnicas logró mantenerse con vida y fue rescatado, aunque no se acuerda exactamente cómo. Lo que sí recuerda es que escuchó los pedidos desesperados de su hermano Fernando: “Me quemo, me quemo”, gritaba el adolescente de tan solo 14 años. Intentó pasar a las otras habitaciones, pero el fuego no lo dejó.
Matías fue el único sobreviviente de este brutal hecho. Junto a su abuela, que volvió inmediatamente de su viaje, transitaron juntos años de recorridas por tribunales, apelaciones, juicios y disgustos.
Matías, junto a su abuela Norma, en 2020.
Foto: Clarín.
Fructuoso Álvarez González fue condenado a prisión perpetua en 1995, pero por tener ciudadanía española, fue extraditado en 2004 para terminar de cumplir la pena. En España lo liberaron y fue recapturado en Argentina en 2011, luego de amenazar de muerte a Bagnato, nuevamente a través de llamados telefónicos. Falleció el 30 de abril del 2023, dentro del centro de salud del Complejo Penitenciario Federal I de Ezeiza, a los 63 años. Estaba internado por haber sufrido múltiples infecciones tras una operación de cadera.
En la víspera de este nuevo aniversario, si es que puede llamarse así, Matías Bagnato posteó en la red social X: “Los necesito y extraño cada segundo de mi vida”, escribió.
X de Matias Bagnato