Las peligrosas PFAS o químicos eternos llegan a nuestro plato a través de la pesca importada

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Comer pescado puede ser bueno para la salud, pero conlleva un riesgo oculto que no se tiene en cuenta: la exposición a los compuestos sintéticos llamados ‘químicos eternos’. Un estudio publicado en la revista Science ha desvelado que el comercio mundial de productos del mar actúa como un sistema de distribución masiva de sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS), químicos tóxicos que persisten en el medio ambiente durante décadas y llegan al cuerpo humano. Estos compuestos se suman a los metales pesados ya conocidos en el pescado, como el mercurio y otros.

Las PFAS son creadas por la industria química y se utilizan en numerosos productos, desde utensilios de cocina antiadherentes y cosméticos hasta envases de alimentos y espumas ignífugas. Son extremadamente resistentes a la degradación ambiental y se han relacionado con diversas enfermedades graves, como el cáncer y dolencias hepáticas.

De los océanos al plato

Las PFAS pueden viajar largas distancias a través del planeta por el aire y el agua. Una vez que llegan al océano, son absorbidas por pequeños organismos que están en la base de la cadena alimentaria, como el plancton y las algas. Dado que estas sustancias químicas no se descomponen, se acumulan en sus cuerpos, y cuando los peces pequeños las ingieren, las sustancias tóxicas ascienden por la cadena alimentaria. Los grandes peces depredadores, que son los que terminan en nuestro plato, se alimentan de estas criaturas marinas más pequeñas y, como resultado, las concentraciones químicas se acumulan en sus tejidos y órganos. De ahí van a parar al cuerpo humano.

Concentraciones de PFAS (arriba) e índice de amenaza (abajo) / Science

En su artículo, los investigadores se propusieron cartografiar cómo se mueven estas sustancias químicas una vez que ya están dentro del pez. Construyeron un modelo informático que incluyó 212 especies diferentes para rastrear cómo se acumulan las toxinas a lo largo de la cadena alimentaria y lo validaron con pruebas de laboratorio en peces de numerosos países. Posteriormente, el equipo combinó estos datos con registros de comercio mundial para observar cómo el pescado y los PFAS viajan de un país a otro.

Riesgo importado

Uno de los hallazgos más significativos fue que el comercio pesquero internacional actúa como una cadena de suministro global, redistribuyendo PFAS desde regiones contaminadas a consumidores situados a miles de kilómetros de distancia.

Antes de este estudio, se asumía generalmente que las sustancias químicas permanentes eran un problema local. Si los ríos y mares de un país estaban limpios, también lo estaban los peces, se creía. Sin embargo, un país con agua limpia puede estar expuesto a altos niveles de PFAS a través del pescado que importa desde otras partes del mundo.

El pescado que comemos puede llevar PFAS según de qué zona del planeta venga / Agencias

Por ejemplo, los investigadores descubrieron que los italianos compran solo el 11% de su pescado a empresas de Suecia, pero esto representa más del 35% de su exposición a PFAS.

Dado que este problema no conoce fronteras, los investigadores argumentan que se necesita una estrategia global unificada para proteger la salud pública.

«Nuestro estudio destaca la urgencia de fortalecer la cooperación y las políticas globales para facilitar la minimización de la exposición humana a las PFAS por el consumo de peces marinos, en particular mediante la adopción de directrices para el comercio pesquero internacional y un control más estricto de las PFAS de cadena larga«, señalan.

Producción masiva de PFAS

Existe evidencia de que este sistema funciona. Los esfuerzos mundiales para eliminar gradualmente el PFOS (ácido perfluorooctanosulfónico) han ayudado a reducir el riesgo para la salud que supone esta sustancia química permanente en los peces marinos en un 72% desde 2009.

Sin embargo, el PFOS es solo uno de los miles de PFAS que circulan actualmente en el mundo, dado que la industria química no para de crear nuevos compuestos, a una velocidad tan grande que las autoridades sanitarias europeas son incapaces de comprobar adecuadamente su potencial amenaza para la salud, según denuncian reiteradamente los expertos.

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