La historia oficial suele narrarse desde una supuesta objetividad que, lejos de ordenar el pasado, termina profundizando silencios y desigualdades. Frente a esa lógica, el historiador y poeta comechingón Pablo Sebastián Reyna propone otra forma de mirar: escribir la historia indígena desde adentro, desde la memoria viva de los pueblos y desde una ética explícita.
En su libro Entre renaceres, autovías y títulos comunitarios de tierras. Una aproximación a la Historia Indígena de Cosquín (1573–2023), Reyna reconstruye más de cuatro siglos de presencia camiare en el valle de Punilla, desarmando la idea de que la historia indígena termina con la conquista o aparece solo como un dato folclórico y marginal.
Lejos de una investigación distante, el trabajo surge de una demanda colectiva de la Comunidad Indígena de Cosquín, en un contexto de conflicto territorial por el avance de la Autovía de Punilla. El libro articula documentos históricos, testimonios actuales, memorias familiares y una escritura sensible que transforma el ensayo en una experiencia estética.
Reyna asume sin rodeos su posición: esta no es una historia imparcial. Es una historia escrita por un miembro del pueblo camiare que busca equilibrar una balanza histórica inclinada durante siglos. Desde esa perspectiva, el autor expone cómo los pueblos originarios fueron sistemáticamente invisibilizados, rebautizados, desplazados y forzados a olvidar sus nombres, su idioma y su territorio.
El recorrido del libro atraviesa distintos momentos: el mundo prehispánico, la colonización, la formación del Estado nacional y la actualidad, donde el llamado “progreso” vuelve a tensionar los mismos espacios sagrados, las mismas tierras y las mismas memorias. La autovía aparece como símbolo contemporáneo de una lógica que vuelve a poner en riesgo sitios ancestrales, enterratorios, morteros, pircas y paisajes cargados de sentido espiritual.
Uno de los aportes centrales del trabajo es mostrar que la historia indígena no está desconectada de la historia nacional: aparece nombrada de otras formas —gauchos, criollos, montoneros, peones, migrantes— siempre bajo rótulos peyorativos que encubren una presencia persistente desde 1810 hasta hoy.
La escritura de Reyna combina rigor histórico y sensibilidad poética. El territorio no es solo un espacio físico, sino memoria, afectividad, silencio, viento, piedras y nombres que resisten. Esa forma de narrar convierte al libro en algo más que un estudio académico: es un gesto de reparación simbólica.
El epílogo, atravesado por la figura de Tunun y por versos de Atahualpa Yupanqui, deja en claro que la historia sigue siendo un campo de disputa, pero también un espacio donde la esperanza puede volver a florecer. Como una copla que circula, como un viento antiguo que no deja de hablar.
