Dedícate a los langostinos

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Es tan sencillo decir «tienes razón» que parece mentira lo poco que se dice. Tienes razón, mi amor, tienes razón, papá, tienes razón, mamá, tienes razón, hijo, hija. Tenéis razón, les digo a mis amigos. Lo hago para no discutir, para ahorrar energías, pero también para dar algo que no me cuesta nada. La razón es el lubricante más barato del mercado y abre más puertas que un conserje de hotel. Lo que no sé es lo que hacen los otros con la razón que les doy. Se la llevan a casa, desde luego. Quizá la sacan a pasear, como a un perro, para que haga la caca fuera. O se la gastan en juergas dialécticas, tal vez en tertulias de la tele. Hay personas para las que ninguna cantidad de razón es suficiente. Parece que se la juegan al bingo o al póquer y vuelven a quedarse enseguida sin ella. Por eso no dejan de pedírtela y pedírtela, nunca tienen bastante. Pues dásela, por Dios, es gratis.    

A los moribundos se les debería dar la razón. No hay mejor fórmula, para que alguien se vaya en paz, que tomarle la mano y decirle:

-Tenías razón.

-¿En qué? -es posible que te pregunte con un hilo de voz.

-En todo, tenías razón en todo y eso es lo que figurará en tu lápida: “Aquí yace un hombre que tuvo siempre la razón”.

Ya se sabe que toda la razón es imposible tenerla, porque se volvería uno loco, pero funciona como contraseña para atravesar la frontera entre este mundo y el de al lado, porque el más allá está ahí, a la vuelta de la esquina.

-No es cierto -dirán algunos-, el más allá está lejos.

Lleváis razón -les responderé yo, porque yo he venido a la vida para darle la razón a todo el mundo, lo que no quita para que tenga opiniones personales a las que sin embargo estoy dispuesto a renunciar cuando usted me lo pida.

Estas líneas están pensadas para las comidas de Navidad. Los cuñados más felices son los que abandonan la mesa habiendo llevado la razón. ¿Qué nos cuesta dársela? Alguno, cuando se la des, se sentirá tan desconcertado que negará tenerla.

-¿Cómo que llevo razón? -gritará indignado al ver que no se la quitas.

-¿Acaso no la llevas?

-Sí, pero quítamela un rato, por favor, quítamela para que pueda defenderla.

-No me gusta quedarme con nada de lo que no es mío -contesta tú.

Y dedícate a los langostinos.

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