Lo que el propio general jefe del Estado Mayor del Aire, Francisco Braco, llama «violaciones del espacio aéreo de soberanía OTAN» ha sido uno de los asuntos principales que este miércoles han centrado las conversaciones en Bruselas de los ministros de Defensa de los países de la Alianza Atlántica y no tanto por la gravedad de las que hasta el momento se han visto en Europa como por su «gran potencial perturbador», explica una fuente de la Armada al tanto de las conversaciones.
Es, ciertamente, la ventana por la que más fácil y rápidamente podría asomarse Occidente a un choque armado con Rusia. De ahí que, por la mañana, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, tratara de aclarar a los medios que la vigilancia aérea reforzada de la Alianza en su flanco Este actuará de forma cuidadosa. O sea, que no derribará aviones rusos si estos penetraran en espacio aéreo ajeno salvo que fuera necesario por considerarlos clara amenaza: tratarán antes de conducir fuera del área de exclusión a la aeronave intrusa o, en palabras de Rutte, será «asegurarnos de que ese avión es guiado cuidadosamente fuera de nuestro espacio aéreo».
Ese tipo de incidentes son comunes, si bien de muy corta duración, en la travesía entre el norte de Rusia y la franja de Kaliningrado, según tienen explicado numerosos militares españoles al volver de las misiones de refuerzo del Ejército del Aire en los países bálticos. Los aviones rusos juegan la carta de simular que se han despistado o desviado sin querer. Se sabe en toda la OTAN y se reacciona en consecuencia, pero este miércoles se trataba sobre todo de aclarar la posición de la OTAN ante una nueva oleada de intrusiones o una escalada rusa en el volumen y calidad de los aparatos que intermitentemente mete en cielos occidentales.
Se trata de dejar definido un protocolo, fijar una actitud previa al caso. La fuente militar mencionada, así como otra del Ejército del Aire, refieren cómo hace solo unos días, en la última reunión de jefes de las fuerzas aéreas de la Alianza Atlántica, se subrayó la inquietud por las violaciones del espacio aéreo, no sin otra inquietud por la necesidad de unas nuevas reglas claras de actuación ante esa amenaza, así como la adopción de medidas adicionales de defensa que aún no se han estudiado a nivel político.
Drones interceptores Besomar, en una prueba realizada por las fuerzas ucranianas. / M Defensa Ucrania
El 12 de septiembre, diversos portavoces directos e indirectos de la OTAN hablaban de la Operación Centinela Oriental. Transcurrido más de un mes, no se han concretado los medios. Y ese ha sido uno de los argumentos que ha puesto España sobre la mesa en la reunión de Bruselas. Tanto el presidente Pedro Sánchez como el Ministerio de Defensa hicieron público entonces -en plena subida de temperatura por la agresión sufrida en Polonia- que España estaba dispuesta a enviar medios. El tamaño de la esciadra de cazas Eurofighters que este país aportaría a Centinela Oriental fue comunicado entonces a la OTAN -sin que haya trascendido su verdadera medida-, y desde entonces no se ha concretado el volumen de la operación de refuerzo.
La principal razón del retraso pudiera ser no caer en la trampa de la asimetría entre el ataque y la defensa: con drones Geran (hijos del Saheed iraní) y Gerber de 10.000 euros, Rusia ha obligado a movilizar recursos antiaéreos que cuestan millones.
Los drones de Octopus
Como ya tiene teorizado en artículos de prensa el almirante ex jefe de la Flota Juan Rodríguez Garat, la Unión Europea no ha hablado, en puridad, de disuasión: solo de paliar el golpe que pudiera proporcionar Rusia… edificando un «muro de drones». O sea, habla de protegerse, pero no de advertir a Rusia de que desde Occidente podría respondérsele con una fuerza mayor,. que es la base de una disuasión.
La opinión más extendida entre los jefes militares de fuerza aérea de la Alianza -según las referidas fuentes- es que la OTAN necesita «masa» de drones que oponer. Y no solo como muro, también como fuerza que pudiera ser usada en ataque. Lidera esa posición el Reino Unido, y la clave se llama Octopus.
Ese el nombre del programa que los ministerios de defensa británico y ucraniano desarrollan para la fabricación masiva de drones de ataque y defensa. En todos los casos se trata de drones de vuelo corto y capacidad FPV, o sea, dotados con cámara para enviar imágenes a su operador. Su objetivo es golpear a las líneas rusas, también en su retaguardia más inmediata, y destruir en vuelo a los Geran y los Gerbera rusos… ganando también la batalla por golpear más barato.
En esa clave está la producción ucraniana -a veces con recogidas populares de fondos- de drones interceptores Besomar, muy ligeros, muy baratos, capaces de disparar a otros drones.
El gobierno británico ha confirmado en una nota emitida ayer que ha entregado ya a Ucrania 85.000 de esos aparatos del programa Octopus en solo seis meses. En su misma nota, la secretaria de Defensa del Reino Unido recuerda su argumento de que la OTAN necesita emprender una producción masiva de drones. Otros aliados comparten la idea de que es necesario superar en producción a los miles de aparatos que Rusia saca de las cadenas de producción de su planta de diseño iraní en la república de Tartaristán, donde las carcasas de robots kamikaze Geran se acumulan por millares, mientras Ucrania sufre ataques nocturnos con más de 500 incursiones simultáneas que saturan su defensa aérea.
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