Nepal y Francia, distintos aires, mismo fuego

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Un fuego parecido se propaga por Nepal y por Francia, donde aires muy distintos hacen de uno, un país subdesarrollado y otro, uno del llamado «Primer Mundo». Pero la chispa en común tiene un nombre concreto: desigualdad.

Y digo desigualdad, mucho más que pobreza, porque a su modo, los dos países tienen riquezas. En el caso de Nepal se podría decir que es menos rico, porque es un país más pequeño, ubicado entre dos gigantes: China y la India. Es un país montañoso, con pocas extensiones cultivables y aún menos desarrollo industrial o tecnológico. Pero con un potencial turístico enorme, debido al Himalaya y al flujo de montañistas de todo el mundo que confluyen ahí para «atacar» el Éverest o alguno de los otros «ocho miles». Además del turismo, Nepal también depende mucho de las remesas desde el exterior, que llegan a alrededor del 25 por ciento de su PIB, y da cuenta de la gran cantidad de nepalíes viviendo fuera de su país.

En este país himalayo, esta semana estallaron protestas sociales que incendiaron literalmente la capital, Katmandú, e hicieron caer al primer ministro Sharma Oli. La gota que colmó el vaso fue la prohibición por parte del gobierno de 26 redes sociales, incluyendo las más influyentes: Facebook, YouTube, Instagram y X. Pero por detrás, estaba la corrupción y el nepotismo en el gobierno, la desigualdad, la pobreza que supera el 20 por ciento de la población, la desocupación y la falta de futuro, que hace que cada día, unos 2.000 jóvenes nepalíes tengan que irse del país. ¿Adónde se van? Principalmente a alguno de los países del Golfo Pérsico, a Malasia o a la India, y de allí llegan las remesas necesarias para la economía de las familias y del país.

Un cóctel explosivo: desigualdad, corrupción gubernamental, falta de oportunidades e hiperconectividad en redes. Cuando se vieron afectadas esas redes, los jóvenes explotaron y salieron a la calle a romper todo, bajo el título de «Generación Z». Las imágenes fueron durísimas: el incendio del Parlamento, de la casa del primer ministro con su esposa adentro, el ministro de Finanzas semidesnudo desfilando por el lecho de un río y apaleado por los manifestantes.

Luego de la caída del gobierno y la huida de sus principales funcionarios y sus familias, el ejército tomó el control del país para garantizar cierta tranquilidad, a la espera de que el presidente (un cargo protocolar) pueda encargar la formación de un nuevo gobierno, ya que es un sistema parlamentarista.

En Francia, como decíamos, los aires son distintos, muy de «Primer Mundo», pero la desigualdad es muy parecida, y también allí es la chispa que encendió la llama de la rebelión. Porque el gobierno de Emanuel Macron presentó un presupuesto 2026 que preveía un recorte de 44 mil millones de euros, la mayoría a prestaciones sociales. Lo que el neoliberalismo llama «gasto» social y que en realidad es inversión social, principalmente educación y salud.

«Bloqueemos todo» se llamó el movimiento social que este miércoles paralizó el país, con más de 175 mil manifestantes en París y miles más en todas las ciudades y pueblos franceses. Todo empezó en forma anónima, espontánea y por redes sociales, aunque fue tomando tal dimensión, que luego se sumó la CGT y hasta La Francia Insumisa, el partido de izquierda de Jean Luc Melenchon. Muchos de los aspectos de las manifestaciones hicieron acordar al movimiento de los «Chalecos Amarillos» de 2018, cuando un aumento de la gasolina sacó a la calle a productores rurales, transportistas y distintos sectores sociales.

Esta movida en Francia también hizo caer al primer ministro, Francois Bayrou, quien fue reemplazado por Sebastien Lecornu, un incondicional del presidente Macron. Pero Melenchon fue más allá y pidió directamente la renuncia del propio Macron y el llamado a elecciones anticipadas. Y la extrema derecha de Marine Le Pen se resfriega las manos esperando el asalto al Eliseo.

Chispas diferentes en Katmandú y en París, pero el mismo componente inflamable: la desigualdad. No se sabe nunca cuál será la chispa que encenderá la pradera.

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