Soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba

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Ayer soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba… aunque el proverbio o cantar se robe a uno de los poetas más grandes de la historia sirve perfectamente para mostrar los sentimientos -las sensaciones de las que siempre hablan los corredores, por años que pasen, a la hora de montar encima de la bici- y para escenificar la emoción de ver a una ciudad volcada con la Vuelta; asignatura aprobada, la Vuelta pasó por el Alt Empordà y dejó un reguero de imágenes para recordar por mucho tiempo.

Daba gusto ver las calles de la capital ampurdanesa repleta de bicis, casi siempre de gravel, queriendo sus pasajeros fotografiarse con alguno de los corredores que estaban prestos y dispuestos a tomar la salida en la contrarreloj por equipos.

El visitante

El visitante, ajeno muchas veces a las dichas y desdichas de este deporte, se sorprendía al ver a los aficionados distinguir a los corredores debajo del disfraz con el casco y la ropa. “Pero si parecen todos iguales”, chavales tremendamente delgados, como si pasasen hambre pero que mueven los pedales a una velocidad de ensueño.

Siempre había tiempo para un ‘selfie’, que es el reclamo que ha sustituido al autógrafo de toda la vida. Los teléfonos móviles han transformado las viejas escenas del pasado. Ya nadie usa papel ni bolígrafo al acercarse a las estrellas del ciclismo -común también en otros deportes-. La caza del famoso se reduce a girar la cámara del móvil y hacerse una foto de la que presumir más tarde y hasta colgar en las redes sociales.

Sin lluvia, al final

Figueres vivió esas escenas. El día se presentó gris y amenazó lluvia como queriendo demostrar los elementos que sólo cae agua en Catalunya cuando llegan los ciclistas. Pero se calmó el tiempo, hubo tregua, se secó la carrera y, hala, a disfrutar de una tarde de ciclismo, todavía más celebrada porque con la lluvia matutina se vaciaron las playas de la Costa Brava y nada mejor que acercarse a Figueres para aplaudir a los héroes de la Vuelta.

Nunca antes había pasado, pero ello no es excusa para que la experiencia se repita en un futuro, una etapa que recorra todo el Empordà, que suba a Sant Pere de Rodes, donde una vez Marco Pantani dejó su firma, para que el día adquiera un brillo con más dificultad y hasta -por qué no, si lo han hecho en el Tour y en el Giro-, buscar alguna pista de tierra para que los astros de la Vuelta se conviertan algunos kilómetros en corredores de gravel, como ocurrió en la ronda italiana en mayo, camino de Siena, o el año pasado en Francia, en ruta hacia Troyes; dos ciudades preciosas y con mucha historia, tal cual Figueres, más allá del museo y la firma de Salvador Dalí.

La normalidad catalana

Las cosas buenas siempre se preparan para perpetuarse y visto que en un lugar llamado Catalunya muchas situaciones ya se viven con absoluta normalidad, sin que nadie busque tres pies al gato y quien quiere que muestre sus afinidades, en un marco político, banderas independentistas, o de protesta, estandartes de Palestina, con una reivindicación absolutamente diferenciada.

Por eso, si el año que viene la Vuelta nace en Mónaco y se acerca a la frontera vía Francia -no hay otro camino- qué mejor que regresar al Empordà, volver a vivir toda la emoción de la carrera y, de paso, que Girona deje de ser la única capital de provincia que todavía no ha vivido una salida o llegada de la Vuelta desde la creación de la carrera. Que cunda el ejemplo de este miércoles en Figueres.

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