Le Havre es el principal puerto francés en el Océano Atlántico, y el segundo de toda Francia luego de Marsella. Hoy, es una ciudad de 170 mil habitantes, recibe miles y miles de barcos por año y siempre hay muchos de ellos esperando su turno en el estuario del río Sena, que desde aquí, llega hasta la mismísima París.
De hecho, el Sena fue la vía utilizada por los vikingos en el siglo X para sus incursiones sobre París, hasta que el rey Carlos III, el Simple, les entregó estas tierras para que lo dejaran en paz. Como venían del norte, fueron llamados «nordmands», hombres del norte, normandos, y se creó el Ducado de Normandía en el 911.
En 1824, Le Havre ya era un puerto importante, con unos 22 mil habitantes. A ese puerto llegó el 23 de abril de ese año, a bordo del barco La Bayonneise, el general José de San Martín con su hijita Mercedes. Había salido del puerto de Buenos Aires 72 días antes, el 10 de febrero, sin saber que nunca más pisaría su Patria. Se iba como exiliado, porque le hacían la vida imposible Rivadavia y los liberales, que ya habían impuesto el proyecto de país que tiene su continuidad hoy: economía abierta a la importación que destruye el trabajo argentino, producción y exportación de productos primarios, endeudamiento externo. Es decir, un país para una minoría, la clase dominante, y una mayoría excluida y sufriente. El proyecto de país sanmartiniano era totalmente diferente, más coincidente con el de Belgrano: un país para las grandes mayorías, con igualdad de razas y de género, con énfasis en la educación y la salud, con producción nacional y trabajo garantizado para todos y todas, y, sobre todo, un fuerte mercado interno con un Estado siempre presente. Por eso le abrían las cartas, lo espiaban, lo intentaron asesinar tres veces y, según se lo advirtió Estanislao López, lo querían enjuiciar y encarcelar acusándolo de corrupción. Por todo eso, ante el asedio de Rivadavia, que ni siquiera permitió que visitara a su esposa Remedios que estaba enferma de muerte. San Martín optó por el exilio.
Este es el objetivo de este viaje que emprendí por Francia y Bélgica, seguir los pasos del Gran Capitán en su exilio. Homenajear en él a todos y todas las exiliadas argentinas, pero también desterrar aquel mito infantil del «autoexilio». En esta ruta no estoy solo, voy con el médico mendocino Juan Sánchez, asentado en Barcelona desde la crisis del 2001, lo que lleva a reflexionar sobre las diferencias y los acercamientos entre dos conceptos: el del exiliado político y el del emigrante económico.
Y lo comenzamos en Le Havre, como no podía ser de otra manera. Llegamos a la ciudad en las bicicletas con banderitas del Ejército de Los Andes atrás del asiento. Estamos en el puerto, adonde llegó aquel hombre derrotado, expulsado de su patria, que había cumplido 46 años durante el viaje. Debilitado políticamente en el Perú, sin la ayuda militar de Buenos Aires, con los realistas acechando en Ayacucho, el paso al costado en la Entrevista de Guayaquil había sido una decisión obvia, coherente, y nada misteriosa. Bolívar terminaría la tarea libertadora. Pero San Martín tampoco pudo quedarse en Mendoza a cultivar su chacra, como quería. Y ahora lo veo descender de La Bayonnaise con su hijita Mercedes, de 7 años.
Requisado por las autoridades portuarias, San Martín dice que su intención es cruzar lo antes posible el Canal de la Mancha e instalarse en Inglaterra. Pero la policía encuentra periódicos sobre las gestas libertadoras y le confisca el pasaporte. Piden referencias a París y de allí a Madrid, ya que a ambos lados de los Pirineos gobiernan borbones. Finalmente, la sentencia es que, en estas tierras, él es un «peligroso subversivo sudamericano». Tendrá que esperar hasta el 4 de mayo, fecha en la que le permiten seguir su viaje a Inglaterra.
Durante esos 11 días de estadía en Le Havre, quizá la única alegría es el reencuentro con su hermano, Justo Rufino, que ha venido desde España para reunirse con él. Y con mucha probabilidad, habrán comido y habrán tomado una cerveza en la Taberna Paillette, la más importante y popular de la época en esta ciudad. Esta Taberna, brasserie, cervecería, está aquí ininterrumpidamente desde 1596. Y nosotros llegamos adonde nos indica el GPS: Rue de George Braque 22. Buscamos un poste y atamos las bicicletas. Entramos y nos pedimos dos cervezas, para sentir la sensación de estar tomando la misma cerveza que habría tomado don José, alguna noche durante su estadía en Le Havre.
El mozo se llama Matthieu, y le pregunto algo muy concreto: «¿En 1824, la cerveza era igual a ésta?» La respuesta de Mondé es contundente: «Sí, hacemos la misma cerveza desde 1596, es la misma receta», aunque me aclara que lo que ha cambiado es el lugar. La antigua taberna estaba a unas cuadras, y fue destruida, como el 82 por ciento de la ciudad, durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.
Salimos de Paillette contentos, con la sensación de haber bebido la misma cerveza que podría haber bebido José de San Martín en sus primeros días de un exilio que duraría 26 años, hasta su muerte en 1850 en Boulogne Sur Mer. Ese es el siguiente destino, y nos subimos a las bicicletas para ir tras él.