Misterio en Coghlan: la libreta de «Tito» y cómo fue la dramática búsqueda de los padres de Diego Fernández Lima

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La libreta es negra y tiene en su margen superior izquierdo impreso el número 1983. En realidad es una agenda de ese año que Juan Benigno Fernández usaba para anotar algunos números de teléfono familiares. Nada especial… hasta que la tarde del jueves 26 de julio de 1984 su hijo Diego, de 16 años, salió rumbo a la casa de un amigo y no apareció más.

En ese momento la libreta se convirtió en algo extremadamente importante. Allí el papá de Diego fue anotando cada pista que encontraba: números de teléfono de amigos, de compañeros de colegio, del club Excursionistas donde su hijo jugaba, recortes de «solicitud de paradero» de otras familias con las que luego se contactaba, recorridos de colectivos que pudo haber tomado.

La libreta se transformó en la bitácora de una búsqueda que «Tito» –como le decían a Juan Benigno– no llegaría a ver terminada. Murió en un accidente de tránsito en 1991. Recién en mayo de este año un grupo de obreros que trabajaban sobre un terreno de la Avenida Congreso 3746/48, en Coghlan, se toparon con una tumba que se les derrumbó desde la medianera casa vecina.

La libreta de pistas de «Tito», que su hijo Javier conservó todos estos años.

Esos huesos eran los de Diego, que había sido asesinado de una puñalada y enterrado en el jardín de la familia Graf, dueña del chalet de Congreso 3742. Cristian, el hijo menor del matrimonio, había sido compañero de Diego en la Escuela Nacional de Educación Técnica (ENET) N° 36. Ambos cursaron juntos sólo segundo año del industrial en 1983, aunque Diego era un año menor.

Cristian Graf, al que conocían como «Jirafa», y Diego Fernández, al que le decían «Gaita», no eran amigos pero se conocían y compartían una pasión: su amor por las motos. La semana pasada un ex compañero que hoy vive en México declaró por Zoom durante tres horas y media ante el fiscal Martín López Perrando y le aportó los nombres de otras cinco personas que serán llamadas como testigos.

Los registros escolares que confirmaron que Diego Fernández y Cristian Graf fueron compañeros de colegio.

La principal búsqueda del fiscal hoy apunta a encontrar un móvil, una explicación al crimen. La familia de Diego Fernández no había oído hablar de Cristian Graf y tampoco figuraba en la libreta de pistas de «Tito», actualmente en poder de la fiscalía, que comenzó a escanearla.

«En la libreta negra mi papá iba anotando nombres, direcciones, DNI o teléfonos. Cuando papá murió, mamá guardó todo en bolsitas. Yo siempre hablaba con mamá de lo de Diego. Un día ordenando le dije «Dámela que un día tranquilo la leo». Nunca lo hice, pero la guarde en un lugar seguro en un placard«, le contó a Clarín Javier Fernández, hermano de Diego.

«Tito» guardaba y analizaba los pedidos de paradero que publicaban los diarios.

Cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) confirmó que los restos encontrados en la obra en construcción eran los de Diego, Javier buscó la libreta y todo lo que había quedado de los años de búsqueda. «Ahí estaba la libreta. Me fije a ver si aparecía Cristian Graf, pero no lo encontré. Mamá fue la que guardó el original de la entrevista que les hicieron en 1986 en la revista ¡Esto! y también un número de la revista Gente de 1997 en la que aparece ella», agrega Javier.

La mamá de Diego, Irma Lima, siguió la tarea de su marido cuando quedó viuda. «Iba a reuniones que se hacían en el Congreso de la Nación con familiares de otras personas que habían desaparecido de sus casas en democracia. Una vez fuimos a Open Door, al hospital neuropsiquiátrico porque nos dijeron que había alguien parecido a Diego, pero no era», recuerda Javier.

Los detalles del caso

El jueves 26 de julio de 1984, Diego Fernández Lima (16) volvió del colegio al mediodía, almorzó con su madre y luego le pidió plata para el colectivo porque iba a lo de un amigo. La mujer no le preguntó a quién iba a ver. Diego era un pibe responsable.

La última vez que alguien lo vio con vida fue esa tarde en la esquina de Naón y Monroe, en Belgrano, a pocas cuadras de su casa. Un amigo que iba en colectivo por la ventanilla le gritó «¡Chau Gaita!». Cuando a las 20.30 sus padres no tuvieron noticias de él, fueron a la comisaría 39, pero no les quisieron tomar la denuncia. «Se fue con una mina, ya va a volver», les dijeron.

Diego Fernández, haciendo jueguitos en el gimnasio del Colegio Público Jorge A. Boero, ubicado en Juramento y Álvarez Thomas.

Pero Diego no volvió. Su familia intentó llegar a los medios de difusión, lo buscaron con cientos de panfletos. Solo lograron que les hicieran una entrevista en la revista ¡Esto! -que editaba el diario Crónica-, ejemplar que quedó guardado en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional.

«La Policía dice que tiene tres mil casos iguales. Y fíjese qué absurdo: desde el primer momento lo caratularon ‘fuga de hogar’. Yo protesté y ¿sabe qué me dijeron? Que así estaban impresos los formularios. Me negué a eso, pero como si nada. ¿Qué quiere que investiguen si ya dan por sentado que él se fue, no me que me lo robaron?«, le dijo a la periodista de la revista ¡Esto! Juan Benigno, el papá de Diego, a los dos años de la desaparición.

La entrevista de los padres de Diego Fernández Lima con la revista ¡Esto! en mayo de 1986, dos años después de la desaparición del adolescente.

Cuarenta años después, de pura casualidad, lo que quedaba de su cuerpo fue encontrado por unos obreros a los que se les derrumbó una medianera en la obra en la que trabajaban en el barrio de Coghlan.

La obra se estaba levantando sobre el terreno de una casona donde entre 2002 y 2003 vivió Gustavo Cerati. Ese detalle -aunque no tuviera que ver en sí con el cuerpo- ayudó con su difusión y, en gran parte, a resolver el misterio de la identidad del muerto.

Diego jugaba al fútbol en el club Excursionistas, de Belgrano. Entrenaba todos los días, menos los jueves. Iba a la ENET N° 36 y llevaba su uniforme cuando desapareció, pista detectada por los investigadores al mando de López Perrando.

El lugar donde fueron encontrados los huesos.

Fue un sobrino el que ató cabos luego de ver la noticia sobre el hallazgo de un cuerpo en una casa lindera a la que había ocupado Cerati. Los datos del NN que se iban conociendo -edad, vestimenta, sexo contextura- lo fueron convenciendo de que tal vez se trataba de su tío Diego. Y no se equivocó.

Una prueba de ADN determinó sin lugar a dudas que los 150 huesos encontrados en el jardín del chalet de avenida Congreso 3742 eran los de el adolescente desaparecido en 1984.

El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) le tomó una muestra a la madre que dio un match perfecto. La mujer, hoy de 87 años, recibió la noticia con entereza. Una búsqueda se había cerrado.

Ahora la Justicia tiene otra misión: decirle quién mató a su hijo, y por qué.

AS

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