El inspirador legado que deja la «Locomotora» más allá del boxeo

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La muerte de Alejandra «La Locomotora» Oliveras, ocurrida este lunes tras sufrir un ACV isquémico, deja un vacío en el mundo del deporte, pero sobre todo en el corazón de quienes encontraron en ella un espejo, un consuelo y una inspiración. Porque aunque fue seis veces campeona mundial de boxeo, su pelea más trascendental no tuvo campanas ni cronómetros. Fue la que dio cada día de su vida fuera del ring, con las manos desnudas, el alma en carne viva y una fuerza que no se enseña: se forja.

«A mí nadie me regaló nada», escribió alguna vez. Y no lo dijo como reproche, sino como bandera. Aprendió a pelear mucho antes de subirse a un cuadrilátero. Contra la pobreza, contra el miedo, contra la violencia. Mientras otros soñaban con guantes, ella entrenaba con los puños cerrados y el corazón roto. Su historia no está escrita en victorias, sino en caídas. En cada vez que se levantó una y otra vez, hasta construir no solo una carrera brillante, sino una voz potente, humana, necesaria.

En tiempos donde el dolor se esconde y la vulnerabilidad se disimula, Oliveras rompió el molde. Habló del abuso, de las heridas, de la furia convertida en motor. Fue campeona, sí, pero sobre todo fue faro para muchas mujeres que como ella supieron lo que era no tener nada. Y aún así, animarse a todo.

«Cuando todos pensaron que era el final, fue recién el principio», dijo. Esa frase, que hoy resuena más fuerte que nunca, condensa su esencia. No se trataba solo de ganar peleas, sino de ganarle a la vida. De pararse de manos frente al destino y decir: “Acá mando yo”. De dejar un mensaje que hoy, con su partida, se vuelve legado: nunca subestimes a alguien que ya lo perdió todo y aún así sigue de pie. Porque ese, ese es el verdadero campeón.

Su muerte conmueve, pero su historia moviliza. Porque incluso en su despedida, Alejandra sigue tocando almas. Su testimonio se multiplica, se comparte, se transforma en impulso para quienes hoy atraviesan sus propias batallas. Y eso no hay título que lo iguale.

Quizás por eso, su lucha más grande fue la de contagiar fuerza. La de decirle a cada persona rota que todavía puede dar vuelta la pelea. Que mientras quede un poco de aire en los pulmones y rabia en el alma, aún se está a tiempo.

Hoy la Locomotora se detuvo, pero su mensaje arrasa como un tren sin frenos: ser fuerte no es no tener miedo, es avanzar aunque te tiemble el alma.

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