Como a los nazis les va a pasar

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Hubo un momento en que los soldados nazis no resistían el horror que ellos mismos le estaban imprimiendo al pueblo judío. En pleno Holocausto, empezaron a verse brotes psicóticos y epidemias de suicidios. Lo que más afectaba a los soldados era fusilar en masa. Un ejemplo de esto es el caso de la masacre de Lupojova, un bosque cercano a la ciudad de Tikutyn, en Polonia, donde fueron masacrados más de mil judíos por parte de las Einstazgrüppen, tropas especiales de las SS apoyadas por unidades regulares del ejército o policía local.

A pesar de las instrucciones de los oficiales de cómo matar más certera y rápidamente, el hecho afectaba a los soldados, sobre todo ver las caras de hombres, mujeres, niños y ancianos masacrados, escuchar sus súplicas y sus gritos desgarradores. Dicen que, en una oportunidad, el propio Heinrich Himmler, Reichsführer de las Schutzstaffel (SS) y uno de los principales líderes del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, presenció un fusilamiento masivo en Minsk, hoy capital de Bielorrusia. Tuvieron que sacarlo en andas porque se descompuso.

Visto con el cinismo de los nazis, el método era inapropiado, lento, engorroso, sucio, caro en el gasto de balas, pero, sobre todo, estaba afectando a los propios soldados nazis. Embarcados ya en la “Solución Final”, es decir en el objetivo de exterminar a todo un pueblo, dieron el salto de calidad con la incorporación de las cámaras de gas. Allí hacían entrar a los judíos con el engaño de que iban a ducharse, cerraban las puertas y completaban el “trabajo”. Mucho más aséptico, pero, sobre todo, no había contacto directo, ni visual ni auditivo, con las víctimas. Todo esto es lo que Hannah Arendt llamó “la banalidad del mal”, y se puede ver, sobre todo en Auschwitz, junto con los hornos crematorios.

Hoy, en Gaza e Israel están pasando cosas que se asemejan a aquello. Por un lado, hay un genocidio en curso que lleva adelante el Estado de Israel contra el pueblo palestino, y uno de los métodos siniestros de los últimos días es el hambre como arma de exterminio masivo. La ayuda humanitaria internacional se pudre en las fronteras de ese infierno mientras Benjamin Netanyahu niega su ingreso y en la última semana ya han muerto de hambre más de 200 personas, algunas en las filas de espera por un mendrugo. Ni hablemos de los niños y bebés…

Esas escenas conviven con los soldados israelíes, que muchas veces disparan a quemarropa ante la desesperación de la población civil. Es que estamos hablando de una invasión terrestre de la Franja de Gaza que, inevitablemente, pone cara a cara a invasor con invadido. Y esto está afectando psicológicamente a muchos soldados israelíes, al punto tal de producir una ola de suicidios nunca antes vista. Según datos oficiales, desde el inicio del genocidio en Gaza, ya se han suicidado 44 soldados israelíes, 15 este año, y 3 en los últimos 10 días.

Los motivos oficiales de la Fuerza de Defensa de Israel (FDI) son encabezados por estrés postraumático, pero la presión por prolongar el servicio y la falta de personal están afectando seriamente la moral, y también la pesadilla que persigue a muchos de esos jóvenes de no poder borrarse de la memoria el rostro de los civiles indefensos que están asesinando.

Ya es terrible, desgarrador, leer en las noticias que, en casi dos años, Israel ha exterminado a más de 100 mil seres humanos. Y esos son números fríos. Mucho más terrible debe ser tener en sus ojos la mirada de una, cinco o diez víctimas. Por más frío y despiadado que sea el soldado preparado para eso. Las pruebas están ahí, la ola de suicidios y la baja moral de un ejército asesino.

A todo esto, se suman problemas aledaños, que usted, lector, podría considerar menores, pero que trastocan la vida de una persona. El principal de esos problemas aledaños es el peligro de los soldados israelíes de caer presos, vayan donde vayan, por crímenes de lesa humanidad. Y esto afecta mucho a los jóvenes israelíes, que tienen como costumbre y tradición, salir de mochileros por el mundo una vez terminado su servicio militar.

Hace unos días, dos israelíes fueron arrestados en Bélgica mientras asistían a una fiesta electrónica, y el mes pasado les pasó lo mismo a otros dos en el Perú. Es decir, ya no se denuncia solo ante la Corte Penal Internacional y tampoco solo a Netanyahu y sus jerarcas de la muerte. Ahora la mano de la justicia universal puede llegar al autor material de los crímenes. Muchas de estas querellas son presentadas por la Fundación Hind Rajab, que persigue crímenes de guerra cometidos por Israel en Gaza y, en menor medida, por la Global Legal Action Network.

El Centro Simón Wiesenthal ha identificado a cientos de criminales de guerra nazis, de todas las jerarquías, y aún hoy sigue buscando nazis en todos los rincones del mundo. Pareciera que un destino parecido les espera a todos los criminales de guerra israelíes, los que de cualquier forma y magnitud estén colaborando en el Genocidio Palestino.

Resuena aquel grito que entonaban los y las integrantes de la agrupación HIJOS ante la falta de justicia con los genocidas de la dictadura argentina: “Como a los nazis, les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”.

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