Cecilia Roth está actuando en teatro, la manifestación artística que menos transitó a lo largo de su carrera. Y lo hace con una interpretación intensa. Más precisamente, poniéndose en la piel de Anne, una madre que ama demasiado a uno de sus hijos; tanto lo ama que le resulta intolerable que este haga su vida en el umbral de la vida adulta.
La madre (jueves y viernes en Ciudad de las Artes, siempre a las 21) se llama la obra que protagoniza la actriz argentina con fuertes vínculos con España. La escribió el dramaturgo francés Florian Zeller (ganador de los premios Oscar, Tony, Goya y Moliere) y setea interrogantes profundos como “¿puede una madre amar demasiado?”, “¿existen límites para ese amor?”, “¿qué ocurre cuando un hijo crece y se va?”.
“Anne ha construido una vida alrededor de su hijo Nicolás (Martín Slipak) y, ahora que se ha ido, debe enfrentarse a la pérdida, al nido vacío y al verdadero vínculo con su marido (Gustavo Garzón)”, continúa la sinopsis.
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Que luego vuelve a plantear más preguntas más una sentencia categórica: “¿Ha vivido para ella o para los demás? ¿Ha valido la pena? ¿Hay algún sentido para lo que queda? Las decisiones que ha tomado la atormentan y hay tanto que quiere decir ahor…”.
“La madre es una atrapante y conmovedora historia que cuestiona cuáles son los límites de la soledad, el vacío y la cordura”, remata la presentación de la obra cuyo núcleo interpretativo se completa con Victoria Baldomir.
“Fueron varios los factores que me interpelaron de esta puesta”, dice Cecilia Roth en contacto con La Voz.
“La producción de Sebastián Blutrach en (el teatro) El Picadero, la dirección de Andrea Garrote, que es extraordinaria… Yo había trabajado con ella y quería volver a hacerlo. Y están Gustavo Garzón, Martín Slipak y Vicky Baldomir. Se armó un combo que me interpeló junto con el guión. Y la vi (a la obra) como posibilidad para encontrar no la historia del nido vacío, que es una absolutamente superficial y que está tapando otras cosas, sino la de esa madre que no construyó nada más allá del propio mandato de criar hijos”, amplía la actriz.
“Eso constituye la única vocación y la única posibilidad de sobrevivencia del personaje –enfatiza-. Entonces, cuando esos hijos crecen aparece ese vacío existencial, pero no porque se fueron sino porque no es nadie en el nido vacío en que ella está. Para ser alguien, y tiene que estar permanentemente invocando a sus hijos”.
Es tal cual plantea Roth. Es oportuno el planteo de la obra porque, en los últimos tiempos, el mandato de maternar o paternar es muy exigente.
Se vive en función de los hijos. Los amás, los apañás, los educás a tu modo, con la certeza de que no hay recetas y de que cada uno hace lo que puede. Se impone un compromiso tan visceral al respecto que, a veces, este neutraliza la propia individualidad. “Vos lo planteás desde el punto de vista de este tiempo de compartir todo con los hijos, estar pendiente de ellos. Bueno, hay épocas y épocas”, señala Roth.
“Cuando los niños están creciendo, o en la escuela atravesando temas de formación o de deformación, uno está pendiente, claro. Porque se impone una sensación muy profunda de tener que estar ahí construyendo vínculo con ellos, de ayudarlos a crecer”, desarrolla.
“Ahora bien, cuando los niños se convierten en adolescentes y después en jóvenes, esa necesidad tiene que convertirse en otra cosa. Los chicos necesitan despegarse y hay que acompañar ese despegue. Ayudar a que sea posible”, suma antes de entrar en terreno de vida propia.
Ahí va Roth: “Te cuento una anécdota sobre esto. Cuando yo tenía 22 años, mi madre me dijo ‘Bueno, vos trabajás, tenés plata y seguís viviendo con nosotros…’ Se lo dijo a mi hermano también. ‘Creo que es hora de que cada uno tenga su lugar’. Nos pareció genial. Le llevábamos novias y novios, hacíamos de esa casa una especie de hotel cinco estrellas y en un momento se debía terminar”.
“El despegue es fundamental y, por otro lado, la sobreprotección primaria no ayuda mucho al individuo. Ni a su crecimiento, ni a su conocimiento, ni a su margen para experimentar lo que la vida presente”, concluye.
–Es curioso que seas el personaje central de “La madre” en teatro con el antecedente de haber protagonizado “El nido vacío” de Daniel Burman en cine.
–Es cierto. Aunque en El nido vacío lo que le pasa a mi personaje en La madre lo vive el de Oscar Martínez, que hacía de padre. El padre era el que sufría profundamente la distancia con la hija que se iba del país. La madre, no. La madre estaba enrollada con sus cosas. Creo que es una broma de Burman porque, en general, se supone que el nido vacío afecta más profundamente a la madre. Es que los padres trabajan… Hay toda una construcción alrededor de esto. Una construcción hegemónica un poco machista (bastante machista), en la cual las madres son las que sufren mientras los padres, los comprensivos, los que entienden. Por lo menos, en la película de Burman no era así y en la vida tampoco es así.
–El teatro es la menos transitada de todas las disciplinas en las que te desenvolvés. ¿Te intimidan o te atraen el aura y la penumbra de una sala?
–Me encanta hacer teatro. Es necesario para un actor hacer teatro. Siempre se dice que en el cine es el director quien te maneja, porque después edita, corta algunas cosas que interpretaste. En el teatro, sos el dueño o la dueña de lo que hacés, más allá de tener una puesta en escena determinada y, por supuesto, un entendimiento y una elección con respecto a todo lo que sucede en la obra. Adueñarse quiere decir el compromiso de poner el cuerpo permanentemente, y el compromiso de poner la duda también.
–¿La duda?
–Sí. La duda en el sentido de que todas las funciones son distintas… ¿Viste que las posturas de yoga son las mismas, pero cada vez que las hacés sentís otra cosa porque las respiras distinto, las vibras distinto? Es así porque a veces estás más cansado y otras, más extendido. Bueno, el teatro tiene cierta semejanza con el yoga: muchas veces las funciones son distintas. Dependen del público, dependen de vos y de tus circunstancias. A pesar de ser exactamente el mismo texto, las cosas no siempre se atraviesan de la misma manera. Del teatro me gusta esto de seguir descubriendo cosas en cada función. Quizás, el público no se dé cuenta de si hay algo adentro que está raro o distinto. No se da cuenta de la variabilidad del intérprete. El público se entrega a lo que ve, pero para nosotros es “ayer fue no sé qué”, “hoy fue tal otra cosa”.
Roth enfatiza que le gusta muchísimo jugar con el mismo texto y las mismas circunstancias en cada función para que el texto parezca dicho por primera vez. “Un texto que no es tuyo sino que lo incorporaste junto a diferentes situaciones y decisiones de otra persona a la que le prestás tu ser en tiempo real. El teatro es poner el cuerpo todo el tiempo. Y es muy cansador. En El Picadero y en la gira todo es exigente y agotador, pero siempre terminamos felices”, ilustra esta interprete, que recuerda haber “nacido en el audiovisual” y que alcanzó a percibir que actores y actrices que son teatreros de toda la vida tienen un diferente manejo de la energía.
“Hacen fáciles cosas que para mí, quizás, resulten extenuantes. Pasa al revés, también: el audiovisual es agotador por las esperas y por la segmentación del guión, pero ahí la que maneja mejor las cargas soy yo”, descarga.
“Como sea, para mí, hacer teatro es llenarte de verdades. Porque, insisto, sos vos el que decide hacia dónde ir”, completa.
–En este contexto sociocultural, tu trabajo se está reconfigurando: habrá menos cine y más contenido para plataformas…
–Sí, con la situación actual en el país será así. Pero pasa en el mundo. Las plataformas han cooptado lo que antes era hacer cine con una productora. Las productoras importantes pueden seguir adelante, pero sólo conectadas con una plataforma. Hay que decirlo: han logrado acabar con el cine como lugar de ceremonia. No sé si has escuchado a (Quentin) Tarantino hablando sobre esto con un gran enojo. Las plataformas han cooptado todo y, en un sentido, está bueno porque hay mucho ofrecimiento de trabajo. De hecho, el 20 de junio me voy a Madrid para hacer la prensa de una serie que hice el año pasado. Se llama Furia y saldrá por HBO Max.
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–¿Cómo evaluarías esa experiencia?
–Y la verdad es que el director, Félix Sabroso, logró estar él por encima de la plataforma, digamos. En el sentido de que a la plataforma le encantaba lo que él hacía y lo dejó ser. Eso es clave: tiene que haber un encuentro entre plataforma y el artista para que este último pueda hacer valer su intención. Esto es necesario ante esta oferta abrumadora de producciones.
–Además, este orden que describís, por ejemplo, empuja a Julianne Moore a pasar de “La habitación de al lado” de Almodóvar a una miniserie floja como “Sirenas”… El péndulo va de obras maestras a contenidos ágiles…
–Sí, estoy de acuerdo con vos. Evidentemente, en la sobreoferta no todo es atractivo. Como espectadora, en general trato de ver exactamente lo que quiero ver y no dejarme comer el coco. Pero es difícil. Es como si te mostraran todo el tiempo millones de kilos de helado. Precisamente, el teatro es como el helado artesanal, tiene el sabor de lo cercano, de lo inmediato.
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