Se presenta a la cita con una sudadera de Mickey Mouse que debe ser su particular traje de superwoman ante las kriptonitas de la vida. Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983), tan presente semanalmente en estas páginas del suplemento ABRIL, es voluntariosa, obsesiva –lo demuestra y lo admite al doblar con cuidado el abrigo de la entrevistadora que esta ha dejado caer de cualquier manera en una butaca próxima– y, como los grandes tímidos, ha sabido desarrollar de puertas afuera una seguridad granítica.
Con su nueva novela, tras haber ganado el Premio Nadal con Las formas del querer, ha dado un paso importante en ambición. Otra versión de ti (Destino), que llegará a las librerías el 26 de marzo, es un artefacto de voluntad sofisticada marcado por una ausencia, presente a lo largo de todo el libro, como pudo estarlo Rebeca en la novela de Daphne Du Maurier y en la película de Alfred Hitchcock.
A saber: Candela, escritora, ha desaparecido sin dejar rastro mientras su pareja, Andrea, intenta reconstruir el porqué de esa huida a través de fragmentos de su diario, testimonios de familiares, entrevistas y documentos médicos recopilados por la ausente mientras intentaba componer una novela para recuperar la memoria de su madre, fallecida veintiséis años atrás. Como diría Julio Cortázar: todo un modelo para armar acompañado por la literatura, el cine y una banda sonora que puede oírse en Spotify.
En ese juego de espejos que es esta novela, se pueden percibir muchas experiencias íntimas de las que usted ha hablado en distintas entrevistas. Sin ir más lejos, la muerte de su madre cuando tenía 14 años. ¿Ha concebido Otra versión de ti como un retrato esquinado de sí misma?
Me gusta que lo consideres más un retrato que un autorretrato. También hablas de juego de espejos, y en esa idea hay una palabra importante, que es juego. Para mí, la literatura es juego, también. Hace unos años, Antonio Muñoz Molina me dijo que cuando escribimos interviene la diversión, que de otra manera no lo haríamos, y estoy de acuerdo con él. Además, añadiría que esta novela es una matrioska en la que vamos descubriendo las distintas versiones de unos personajes que, sí, pueden tener su reflejo en el mundo real.
¿Sabe entonces que se va a leer creyendo que Candela es Inés?
Lo que me ha llevado a escribir este libro y no otro es mi propia vida. Que finalmente haya salido un «retrato esquinado» de mí, es posible. No rehúyo esa definición, pero, eso sí, partiendo de la base de que esto es una novela, es una obra de ficción.
Esta novela le va a plantear muchas preguntas personales. ¿Está dispuesta a contestarlas?
Si llegan esas preguntas, las responderé, porque soy consciente del riesgo que he asumido escribiendo una novela como esta, en todos los sentidos. De hecho, en el epígrafe recojo una cita de mi admirada Annie Ernaux…
«Siempre tuve ganas de escribir libros de los que luego me resulte imposible hablar, libros que no me permitan luego soportar la mirada ajena».
Eso es, de su libro La vergüenza.
Inés Martín Rodrigo, fotografiada en su casa, en Madrid. / José Luis Roca
¿Y dónde coloca la frontera entre contar la intimidad y el exhibicionismo?
Son cosas distintas. Mi literatura nunca es exhibicionista, y cuando digo mi literatura me refiero a las novelas, a los ensayos o a los artículos que escribo, a todo. Desde luego, yo no la planteo así. Hablas de intimidad, que para mí es una palabra fundamental. Y yo me pregunto: ¿alguna literatura no es íntima? En mis libros no hay exhibicionismo, pero sí intimidad y honestidad. Lo que hago como escritora es abrirme, independientemente de que aquello que escribo pueda tener o no paralelismo con la realidad, pueda o no estar inspirado, más o menos, en vidas cercanas, que conozco, o en la mía propia. La literatura siempre es íntima porque nace de ti.
Pese a mi tendencia al pesimismo, tengo esperanza. Ahora más que nunca, la alegría tiene que ser nuestro deber diario
La muerte de su madre, que es el núcleo duro de esta novela, ¿ha sido lo que le ha llevado a escribir en general?
¿Me estás preguntando por qué escribo? No sé si tengo respuesta, porque si la tuviera quizá no escribiría…
La pregunta sería más bien: ¿fue ese el acicate que la llevó a escribir?
Podría ser… Por una parte, está esa ausencia; por otra, la familia, que te construye, pero también puede destruirte. A eso hay que añadir el tema de la identidad: saber quién soy. Y la memoria como motor creativo y vital. Como decía Joan Didion: «Nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir». Casi 30 años después de que mi madre falleciera, me he dado cuenta de que he construido un recuerdo que quizá no responda, o no del todo, a la verdad. Aunque esa es una palabra resbaladiza… Tal vez no responda a lo que fue.
La historia de Candela y Andrea podría leerse como una historia policiaca, porque se desarrolla a partir de una investigación.
Sí, y quizá la conclusión a la que llega la protagonista, sin desvelar nada de la trama ni hacer spoilers, no resulte crucial con respecto a lo investigado, pero para ella es importante, vital. Como dices, en el planteamiento puramente narrativo está la novela negra, policiaca, y también el periodismo, el género diarístico y la narración más convencional, si quieres. La literatura actual que más me interesa practica la hibridación de géneros. De ahí que me apropie de herramientas narrativas que me atraen y las meta en la coctelera de la imaginación.
No pregunto tanto para qué sirve la literatura, sino ¿para qué le ha servido a Inés Martín Rodrigo?
La literatura en general, y esta novela en particular, me ha servido para salir del limbo personal, muy doloroso, en el que he estado metida las últimas tres décadas casi de mi vida, un limbo al que además he arrastrado conmigo a las personas que más me quieren.
Inés Martín Rodrigo, la noche en la que ganó el Premio Nadal, en 2022. / Europa Press
Con esta novela, ha dado un salto en intenciones y ambición.
Me alegra que lo digas, porque era lo que pretendía. Y eso que soy una persona muy insegura, que mide mucho los riesgos, y muy conservadora, aunque solo en ese sentido [sonríe]. También era muy consciente de que si no la escribía ahora me iba a arrepentir. Aspiro a ir creciendo con cada nueva novela, y a no repetirme. Es fácil seguir el camino trazado, pero yo no he vivido así, mi vida no ha sido así, hasta hoy mismo. He tenido que buscarme los atajos para poder llegar hasta aquí, y no ha sido un camino fácil. No aspiro a ser una escritora distinta en cada nuevo libro, pero sí una escritora mejor, y creo que con esta novela he conseguido ese propósito.
En el libro, repleto de citas literarias, las lecturas que acompañan a Candela tienen un peso muy particular. Menciona al escritor norteamericano Peter Orner, que habla de la posibilidad de autorretratarse a través de las lecturas que uno realiza.
Eso es algo que Orner hace muy bien. Me encanta su capacidad de hablar de sí mismo sin que sea de manera evidente, reflejando su vida en la de otros autores y en las obras que estos escribieron. Para mí, la escritura no existe sin la lectura. Soy escritora porque he leído, leo y seguiré leyendo, y esta novela en concreto he podido escribirla gracias a que otros y otras escribieron antes que yo. Mi libro es también una especie de cuaderno de lecturas, espero que sea un mapa del tesoro para los lectores, porque estoy convencida de que encontrarán oro.
No aspiro a ser una escritora distinta en cada nuevo libro, pero sí una escritora mejor, y creo que con esta novela he conseguido ese propósito
Otra de sus preocupaciones es la identidad construida a través de la mirada del otro, aquí más bien de la otra, Andrea, hacia un personaje, Candela, que no está, ha desaparecido.
Es como un ejercicio de prestidigitación literaria, de ventriloquia llevada al extremo: la protagonista habla a través de las voces de otros, y ese coro de voces es otra versión de ella. Vivimos un momento complejo, en el que la identidad es clave, nos preguntamos quiénes somos, pero a la vez necesitamos más que nunca el refrendo ajeno. Quería explorar esa realidad mediante la ficción, y por eso necesitaba escribirlo en segunda persona, porque no hay un tú sin un yo, y solo así surge el nosotros.
Hay pocas novelas escritas en segunda persona.
Porque es muy difícil escribirlas.
Otra versión de ti puede leerse como un intento agónico de escribir sobre una madre desaparecida, pero a medida que avanza la novela se diría que la madre es una excusa para hablar de una crisis personal, de una depresión. Usted bregó con una en el pasado, sabe de lo que habla. ¿Solo se puede escribir de ello cuando se interpone una cierta distancia?
No recuerdo quién decía que una solo puede reconocerse como víctima una vez que deja de serlo. Hay determinadas experiencias personales, traumáticas, que únicamente pueden verbalizarse, y escribir sobre ellas, cuando ya han pasado. La salud mental es uno de los aspectos que más nos define como sociedad desde hace tiempo, pero no hemos sido capaces de abordarlo hasta que no nos ha quedado más remedio, con la pandemia. Llega un momento en el que la mierda oculta debajo de la alfombra se desparrama por toda la habitación.
Pero la palabra depresión no aparece en la novela.
Candela habla de lo que siente y de cómo se siente en su diario y vuelve a terapia a raíz de la muerte de su padre. Es algo que no oculta ni obvia, y yo tampoco. Para mí, es muy importante llamar a las cosas por su nombre. Acabo de leer en The New York Times que la nueva Administración Trump quiere prohibir o limitar el uso de palabras como diversidad, equidad, género, trans o cambio climático en webs oficiales, documentos… Prohibidas.
La literatura en general, y esta novela en particular, me ha servido para salir del limbo personal, muy doloroso, en el que he estado metida las últimas tres décadas casi de mi vida
Es la neolengua de Orwell en 1984. Lo que no se puede nombrar no existe.
Claro. Es importante que utilicemos las palabras adecuadas para nombrar las cosas, porque de otro modo las realidades que describen permanecen ocultas. En la novela, no hay una intención premeditada de que no aparezca el término depresión, de hecho, yo no era consciente hasta que tú no me lo has dicho. La salud mental es el hilo conductor del diario de la protagonista. Candela escribe para entender, para entenderse, como yo. Y, luego, ten en cuenta que es muy difícil estar al lado de alguien que sufre una enfermedad mental. La novela cuenta cómo Andrea intenta ponerse en el lugar de Candela.
Dedicó un libro a describir y reflexionar sobre las complejidades de ser mujer homosexual en un mundo heteronormativo. En cambio, aquí muestra con normalidad, y está bien que sea así, la relación entre sus dos mujeres protagonistas.
Es importante que los discursos, también los literarios, sigan reflejando esas vidas que no son extraordinarias.
La escritora y periodista Inés Martín Rodrigo / José Luis Roca
Y que, en el caso de las mujeres, han estado mucho más ocultas que en el de los gais.
Sin duda. Para mí, era importante reflejar esa realidad. Decía Thomas Wolfe a principios del siglo XX que, para que tenga valor, cualquier obra creativa debe inspirarse en la propia vida. Y las vidas de las personas que me rodean son esto. Hablas de normalidad y no me gusta esa palabra, porque normalidad viene de normativo. Quizá tenga que ver más con naturalización, en la forma en la que lo hemos ido viendo como algo cada vez más cotidiano. Así que no hay historias de amor heterosexuales. No hay historias de amor homosexuales. Hay historias de amor, y punto. Y esta novela es una historia de amor.
No hay historias de amor heterosexuales. No hay historias de amor homosexuales. Hay historias de amor, y punto
Esta naturalización choca contra esa ola de extrema derecha que nos amenaza. ¿Cómo se siente en este contexto? Ya se empieza a hablar de fachansiedad.
Pues sí, como cualquier persona con una cierta sensibilidad, la sufro. Me siento desanimada y por momentos enfadada, pero aun así no renuncio a la esperanza. Si algo hemos aprendido de la Historia reciente, que seguramente haya sido nada, porque al ser humano le cuesta mucho trabajo aprender, es que precisamente esta se repite. Es cierto que la Historia es como un péndulo, hay momentos en los que va hacia adelante y todo es progreso y apertura…
Como estos últimos años.
Sí, años en los que el feminismo ha recuperado una posición central en el discurso público. Años en los que hemos comenzado a tomarnos en serio la tragedia del cambio climático. Años en los que se ha dado la vuelta a la palabra género. Años que han sido luminosos para el porvenir. Pero ahora toca la oscuridad, ir hacia atrás. La regresión no ha hecho más que empezar y como mujer y creadora mi deber es no callarme, intentar trabajar por el futuro de los que vienen detrás de nosotros, velar por ello. Tras ver la investidura de Trump le dije a mi pareja: menos mal que no tenemos hijos. Crecer en un mundo como este va a ser duro, complicado. Fíjate que soy una persona tendente al pesimismo, pero insisto en que no hay que perder la esperanza. Ahora más que nunca, la alegría tiene que ser nuestro deber diario.