Trump está destruyendo a Estados Unidos

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Donald Trump tiene razón en algo cuando dice que quiere devolverle a Estados Unidos la grandeza perdida (eso significa el acrónimo MAGA). Porque es cierto que el país que en los años ‘90 fue la potencia hegemónica mundial, lleva por lo menos 25 años de decadencia en cuanto a poder real.

Parafraseando el lenguaje médico, podríamos decir que Trump tiene razón en el diagnóstico de la enfermedad, pero se equivoca largamente en las causas de esa enfermedad, y, sobre todo, en el pronóstico y tratamiento.

Según él, la decadencia de Estados Unidos se debe a los malos gobiernos demócratas y a las políticas “woke” o izquierdistas. En realidad, ve izquierdistas por todos lados. Y, por consiguiente, la solución a esta situación de decadencia es terminar con esas políticas.

Esto podría ser aceptado desde la realpolitik como un discurso interesado, uno podría llegar a entender que él necesite fortalecer su diferencia con los demócratas para ganar elecciones y poder. Y en ese discurso, exagerar algunas posturas, gestualidades, etc. Aunque no lo compartamos en lo más mínimo, lo podríamos entender. Lo que no se entiende, es que Trump y los suyos hayan terminado por creerse ese discurso absolutamente fuera de la realidad.

Porque si Estados Unidos llegó a ser una potencia mundial, desde el período de entreguerras y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, fue por su habilidad en vender “el sueño americano”, por su estrategia comunicacional (ahí entran los medios, el cine, la música, hasta la comida) y por su hegemonía política y económica que lo llevó a dominar Occidente. Y si en los últimos tiempos viene perdiendo esa hegemonía es porque el mundo se está reconfigurando en un mundo multipolar, aunque Trump no lo entienda ni lo acepte.

Lo que han hecho en la historia otros imperios y otras potencias hegemónicas en estas circunstancias, es reconvertirse, aceptar la pérdida de hegemonía y salvar lo salvable, para poder seguir sentándose a la mesa de decisiones internacional. Trump hace todo lo contrario, porque no entiende las causas del fenómeno, y, por consiguiente, erra en las posibles soluciones.

Lo que viene haciendo Trump en estos casi dos meses de su segundo mandato, es pelearse con sus amigos en política internacional y volverse contra su propio pueblo en política interior. Son dos tendencias autodestructivas en lo político. Vamos por partes.

Destruir sus alianzas internacionales

Se pelea con sus amigos y aliados, en una política exterior desconcertante y contraproducente. Después de tres años de haber apoyado a Ucrania en la guerra contra Rusia, gira de golpe y sin poner guiño, le suelta la mano a su aliado para quedarse con sus riquezas energéticas y con el negocio de la reconstrucción. Pero el problema de fondo no es Ucrania (un país sin peso específico) sino la Unión Europea, a quien está humillando y empujando al abismo.

Por otro lado, su política expansionista toma una dimensión inusitada. No porque sea nueva la política imperialista y expansionista de Estados Unidos. Ya desde su conformación como país, los padres fundadores dejaron en claro aquello del Destino Manifiesto: Dios los había puesto por encima del resto de las naciones del mundo. Desde una lonjita de territorio que ocupaban las originales 13 colonias, durante el siglo 19 se expandieron hacia el sur y el oeste a base, primero, de un genocidio hacia los pueblos originarios (ellos llaman primeras naciones). Luego compraron Luisiana a Francia y la Florida a España. Y le robaron más de la mitad del territorio a México. Más adelante ocuparon un país independiente que se llamaba Hawái y ocuparon Cuba, Puerto Rico y Las Filipinas. Construyeron y se quedaron con el Canal de Panamá a principios del siglo 20, fundamental para la nueva era del comercio internacional. Pero siempre lo hicieron erigiéndose, mentirosamente, como los defensores de la libertad y la democracia. Lo nuevo ahora es que Trump ya ni siquiera miente, sino que dice descaradamente: “Nos vamos a quedar con Groenlandia, con el Canal de Panamá y vamos a anexar Canadá como un estado”. Hace tres meses, esto parecería grotesco e imposible, y, sin embargo, lo estamos viendo y escuchando.

Y remarco esto, no son amenazas a supuestos enemigos, no está amenazando con ocupar Cuba, Venezuela o Corea del Norte. Está amenazando a sus naturales aliados. Eso nunca puede ser bueno para el mundo, pero menos que menos para el propio Estados Unidos.

Destruir el futuro de su propia nación

Por otro lado, en política interna, el nuevo presidente también tiene una actitud autodestructiva. Iniciando una cruzada contra “las políticas woke”, lo que está haciendo en realidad es ir contra la propia esencia de los Estados Unidos. Su historia es la de una construcción nueva, una sociedad de matices, que se enriqueció con las corrientes inmigratorias, como también ocurrió en Argentina. A principios del siglo 19 fueron los suecos, luego los irlandeses, alemanes y más bien para la segunda mitad de ese siglo y los inicios del siglo 20 los italianos, griegos y judíos. Luego llegaron inmigrantes de la India, de África y asiáticos. Y en los últimos 50 años, muchos latinoamericanos. A todas estas corrientes inmigratorias, hay que sumar como elemento minoritario pero importante de la sociedad, a los afroamericanos descendientes de la esclavitud, que están allá desde hace dos, tres y cuatro siglos. Todos ellos y ellas conformaron la sociedad estadounidense y, si quisiéramos creer en la “grandeza” de este país, no deberíamos dejar de considerar los aportes que hicieron. Por eso es tan absurda la política del Estados Unidos WASP (White, anglosaxon and protestant) a la que quiere volver Trump.

Si su discurso racista fuera sólo un discurso de campaña para seducir a ese votante del Medio-Oeste blanco, trabajador y empobrecido (tipo Homero Simpson), bueno, uno podría entenderlo, aunque no compartirlo. El problema es que no fue solo un discurso, sino que está siendo una realidad. Las redadas, detenciones y deportaciones de inmigrantes indocumentados se suceden por todo el país, principalmente en estados claves como California, Texas y Florida, aunque en general en todo el sur. Y lo peor es el efecto multiplicador que tiene esta persecución. Lo que está pasando es que cunde el pánico entre los inmigrantes que no están yendo a trabajar, ni llevando a sus hijos a la escuela, ni acudiendo a los centros de salud, ni vacunándose, ni nada. Cualquier contacto con el sistema formal es peligroso porque podrían descubrirlos.

Y esa situación no es un problema de la víctima, como dice el discurso violento y odiador, sino un problema de la sociedad. Eso es lo que la actual derecha neofascista no entiende, ni en Estados Unidos, ni en Argentina, ni en ningún lugar. Algo que la derecha histórica siempre entendió, algo que está en el centro del verdadero liberalismo: que, para seguir oprimiendo a las clases trabajadoras, necesitan no destruirlas, no aniquilarlas. Hasta el esclavista, con toda su crueldad, cuidaba al esclavo, porque entendía que era una mercancía, y no iba a ir en contra de su propio patrimonio. Hoy, el odio de la extrema derecha es ceguera suicida. Pongamos algunos ejemplos.

Trabajo y comida. La persecución a los inmigrantes indocumentados está privando a sectores enteros de la economía norteamericana de una mano de obra semiesclavizada que es fundamental. Muchos mejicanos y centroamericanos han dejado de acudir a los campos de California, en los que trabajaban en condiciones inhumanas y por monedas. Empieza a crecer la preocupación de los empresarios, que ven cómo estas políticas trumpistas, en la práctica, se vuelven contra ellos. Y el efecto secundario es que empieza a verse escasez de algunos alimentos, sobre todo frutas y verduras, lo cual, indefectiblemente, hace que suban los precios. Por lo cual, también aquel votante de clase media de Trump, cuando va al supermercado, también ve que las políticas que votó se le vuelven en contra. Y esto podría ser peor si ante la escasez, las importaciones de alimentos, sobre todo de México, sufren aumentos de aranceles como amenaza Trump.

Salud. Que los inmigrantes se quedaran sin acceso a la salud, quizá para los odiadores podría no ser importante. Pero en las actuales circunstancias, y con una pandemia reciente que nos dejó millones de muertos, el tema de las vacunaciones es más importante que nunca. Y las vacunas, lo sabemos, funcionan solo cuando la mayoría de la población se las aplica. Estar dejando de lado a millones de indocumentados que no van al centro médico por miedo, es peligroso no solo para ellos, sino para toda la sociedad.

Educación. Lo mismo que con la salud, aplica para la educación. Dejar fuera del sistema a millones de niños y niñas, no será solo un drama para ellos, sino para la sociedad. En Estados Unidos hay unos 11 millones de inmigrantes indocumentados, y creer que alguien va a poder deportar a 11 millones de personas es simplemente una fantasía. Lo que va a suceder es que esa gente se va a quedar, es más, van a ser cada vez más en proporción, porque tienen más hijos que los “blancos”. Van a seguir en Estados Unidos, pero con más miedo y con las consecuencias ya enunciadas.

Conclusión: mientras China sigue sacando de la pobreza a su población, mientras sigue avanzando en darle salud y educación, en incorporarlos al mercado (concepción totalmente capitalista) y en avanzar en ciencia y tecnología, mientras un sistema basado en el conocimiento hace que esa economía sea cada vez más competitiva, Estados Unidos está haciendo todo lo contrario.

¿Cómo puede terminar esto? Mal para las víctimas, pero, sobre todo, muy mal para Estados Unidos, un país que está siendo destruido por alguien llamado Donald Trump.

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